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Hay un momento en muchas relaciones en el que uno de los dos empieza a pensar: “Todo lo hago siempre yo” u otras frases del tipo: “Si yo no estoy pendiente, esto no avanza”. No siempre se dice en voz alta, pero se siente. Y desgasta. Mucho.
En este artículo hablo de eso: de cómo dejar de llevar esa mochila emocional, logística y afectiva de la relación… sin convertirlo en un motivo de discusión. Ni de desgaste.
15 de noviembre de 2025
#comunicacion #sentimientos #amor #enamoramiento
Hay un momento en muchas relaciones en el que uno de los dos empieza a pensar: “Todo lo hago siempre yo” u otras frases del tipo: “Si yo no estoy pendiente, esto no avanza”.
No siempre se dice en voz alta, pero se siente. Y desgasta. Mucho. En este artículo hablo de eso: de cómo dejar de llevar esa mochila emocional, logística y afectiva de la relación… sin convertirlo en un motivo de discusión. Ni de desgaste.
1. Cómo empieza realmente el “todo lo hago yo”
No suele empezar con un drama. Normalmente arranca poco a poco, a base de pequeños detalles:
Tú preguntas cómo está el otro… pero a ti casi no te preguntan.
Tú organizas planes… el otro se “apunta”.
Tú detectas tensiones… y tú propones hablar.
Tú te adelantas a las necesidades… y el otro va llegando como puede.
Al principio parece que va todo bien, no pesa, porque tienes ganas, tienes fuerzas. Quieres que la relación funcione. Pero con el tiempo te das cuenta de que, poco a poco, estás tirando del carro sin que nadie te dé el relevo. Y entonces llega la queja, cuando no el reproche:
— ¡Todo lo hago yo!
2. No es que el otro no quiera: es que no siempre sabe cómo hacerlo
Aquí no es cuestión de buscar quién tiene la culpa. No son las culpas. Son las dinámicas. Las formas de comunicarnos las que fallan. Y es que hay personas que no están acostumbradas a comunicar cómo están, a proponer cosas o a tomar la iniciativa emocional. Y no es porque no les importe la relación, sino porque no han aprendido a hacerlo. O porque el tiempo o tu propia actitud les ha llevado a desaprender lo que habían aprendido.
Ejemplo: Ves que la conversación está incómoda y preguntas:
— ¿Estás bien?
Y te responden:
— Todo bien.
Pero la verdad… es que no está bien. Simplemente no sabe por dónde empezar. O no sabe cómo expresarlo: Y eso no es falta de implicación, sino probablemente falta de capacidad para explicar lo que pasa.
3. La trampa emocional: cuando haces más… porque te importa
Todo empieza porque te implicas mucho en la relación. Y si lo haces es porque te importa. Hasta ahí, todo normal.
La trampa está en que, cuanto más haces tú, menos hace el otro… no por mala intención, sino porque el sistema se autoajusta: si tú resuelves, el otro no siente la necesidad de hacerlo.
Ejemplo: Tú siempre eres quien propone hablar cuando hay tensión, el otro termina creyendo que “ya hablaremos cuando tú lo veas necesario”.
Si siempre eres quien organiza planes, el otro piensa:
— A ti se te da mejor.
Si, además, ha habido alguna vez que lo ha intentado, pero su plan no ha salido o ha supuesto una discusión, pues entonces deja que sea el otro quien la proponga por no discutir.
Y sin querer, se va creando una relación descompensada.
4. “No quiero discutir” no es una excusa: es miedo a hacerlo mal
Otra razón por la que uno carga con el peso de la relación es debido a un comportamiento evitativo. Uno de los dos evita el conflicto: No habla, no propone, no aclara, no pregunta… porque no quiere liarla. Y el problema es que esa evitación te deja a ti con toda la responsabilidad emocional.
Y entonces puedes preguntarte, ¿dónde está el origen del problema? ¿En que uno no propone por evitar una discusión o en que el otro discute cuando hay una propuesta?
Un escenario típico es cuando tú notas algo raro y lo dices. Entonces el otro responde:
— Es que no quiero que discutamos
La traducción sería:
— No sé cómo manejar esta conversación sin que se descontrole
No es un ataque. Es falta de herramientas para comunicaros mejor. O a lo mejor, falta de escucha y apertura por tu parte.
5. Cómo dejar de llevar tú el peso sin generar una guerra
Si quieres que el peso de la relación no esté descompensado, aquí te propongo algunos pasos claros y realistas:
a) Di lo que necesitas, no lo que falta
En lugar de decir “Siempre tengo que estar yo pendiente.” prueba con “Necesito que tú también tomes la iniciativa en esto.” Habla desde tu necesidad, no desde tu reacción. Es más directo y no acusa.
b) Deja espacios para que el otro se mueva
Si lo haces todo tú siempre, el otro no encontrará hueco. Por ejemplo, en vez de preguntar:
— ¿Dónde vamos este finde?
Y, entonces, resolverlo tú, di:
— ¿Te parece que este finde lo organices tú y yo me dejo sorprender?
Así, directo, sin rodeos. O simplemente, apoyas cualquier plan que le apetezca al otro aunque a ti no te convenza, para darle espacio de decisión. Mucho más directo, más empático y más abierto a que sea el otro el que decida.
Está claro que supone ceder y hacer lo que quiere el otro… pero es lo que supone dejar de llevar el peso.
c) No salgas al rescate en cuanto hay silencio
Muchas veces, cuando el otro tarda en responder o en proponer algo, tú intervienes para evitar tensiones. Y es que parece que el silencio te inquieta, te impacienta.
Pero intervenir a lo mejor no es la mejor solución: si quieres cambiar la dinámica, aguanta un poco. Escucha el silencio. Ejercita la paciencia. El silencio no es desprecio: a veces es procesamiento.
6. Delega también la parte emocional
No solo se trata de tareas o planes… también de emociones. Si siempre eres tú quien pregunta “¿Cómo estás?” De vez en cuando puedes decir: “Hoy no te voy a preguntar yo. Si necesitas hablar, te escucho.”
Puede ser una forma sana de no cargar con la responsabilidad de todo y dejarle al otro un espacio emocional en la relación.
7. Si te cuesta pedir, ese también es un tema
Hay personas que se acostumbran a tirar solas del carro porque les cuesta pedir. Y es que pedir puede implicar vulnerabilidad, y eso da miedo. Pero la realidad es que, en una relación, si no pides, el otro no se entera. Lo que no se dice, en la mayoría de los casos no se sabe. No porque no quiera, sino porque no lo ve, porque no se lo has dicho.
Un ejemplo claro es cuando dices:
— No necesito que lo hagas perfecto, solo necesito que lo hagas conmigo.
A veces una frase así de simple abre puertas.
8. El objetivo no es que los dos hagan lo mismo, sino que ambos sumen
No se trata de repartir todo al 50%. Eso es irreal. Ni todos tenemos las mismas capacidades, ni las mismas energías. Ni siempre las mismas. Lo importante no es hacerlo todo al 50%. No es repartir de manera equitativa. Lo importante es que nadie sienta que lo hace TODO.
En una pareja sana es fundamental el concepto de “equipo”: A veces, es uno el que tira más. Entonces el otro recupera. Luego se intercambian. Pero los dos estáis presentes con un objetivo común. Cuando uno no puede es el otro y al revés. Cada uno aporta todo lo que tiene y puede. Eso es lo importante. El equilibrio no es simetría, es participación, es reciprocidad.
***
Conclusión: deja espacio para que el otro aparezca
Si sientes que llevas todo el peso, no significa que tu relación esté rota. Significa que hay dinámicas pendientes de ajustar. Y esos ajustes empiezan por algo muy simple: habla claro (pero con cariño), pide sin miedo (pero sin atacar), deja espacio y permite que el otro también se responsabilice. Todo esto no es otra cosa que mejorar la comunicación.
Porque el amor no es cargar… es acompañarse. Y eso solo funciona cuando ambos caminan juntos, aunque a veces uno vaya más rápido que el otro.
Fernando Poveda
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