¿Cómo arreglar los conflictos de la pareja?
Artículo escrito para el blog de Ama Fuerte
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Artículo escrito para el blog de Ama Fuerte
Muchos pintan el enamoramiento como un momento estelar de una relación. Y así, con la misma facilidad de extremos, presentan las discusiones y los conflictos de pareja como el momento más doloroso. Es la representación del fracaso. Pero no es así: el conflicto no es señal de fracaso, sino fruto de la convivencia.
Y es que una relación no se destruye cuando surge el conflicto, sino cuando no sabemos gestionarlos. Si tú quieres aprender a gestionar los conflictos, aquí te dejo algunos consejos.
5 de mayo de 2025
La vida en pareja es maravillosa
Al principio nos desborda el enamoramiento, la atracción, la felicidad. Y entonces parece que no vendrán momentos complicados, conflictos, discusiones… Pero estos siempre llegan. Tarde o temprano, más o menos fuertes. Pero llegan. Y no son señal de fracaso. Al contrario, los conflictos son normales porque denotan que la convivencia requiere cierta renuncia, adaptarse el uno al otro y emprender un camino nuevo juntos. Así que los conflictos no son señal de fracaso, sino de convivencia, de roce normal del día a día.
Y no solo son normales, sino incluso positivos. Porque pueden ser una oportunidad para dejar de pensar de ti mismo y adaptarte al otro un poquito. Porque te enseñan las necesidades del otro y te ofrecen una oportunidad maravillosa para hablar las cosas desde la calma, desde el respeto y aprender a conoceros cada día mejor. Y, cuanto más os conozcáis, mejor os podréis amar. Así que, si sabes afrontar bien un conflicto, es el mejor momento para que la relación salga reforzada.
¿Qué es un conflicto?
Un conflicto de pareja no siempre es una gran pelea con gritos y reproches. A veces es mucho más sutil. Es ese comentario que haces sin mala intención y que al otro le duele más de lo que esperabas. Es cuando tú quieres hablar y tu pareja solo quiere silencio. Es cuando uno necesita afecto y el otro necesita espacio, y ninguno sabe cómo decirlo sin herir.
No hace falta levantar la voz para estar en conflicto. No es necesario. Puedes estar discutiendo incluso en el silencio, cuando se respira tensión en el ambiente o cuando notas que algo se ha roto, aunque nadie lo haya dicho en voz alta. Un conflicto puede ser un desacuerdo sobre cómo educar a los hijos, una discusión sobre dinero o simplemente sentir que el otro no te entiende como antes. Incluso puede surgir de detalles mínimos: una mirada que parece indiferente, una respuesta seca, un “ya voy” que nunca llega.
Al final, un conflicto aparece cuando lo que tú necesitas, sientes o piensas no encaja con lo que tu pareja está viviendo en ese momento. Y eso es normal. No es señal de que la relación va mal, sino de que ambos están vivos, sienten distinto y tienen que aprender a encontrarse en medio de esas diferencias. El verdadero reto no es evitar los conflictos, sino aprender a gestionarlos sin dañar lo que más importa: la conexión entre los dos.
Y es que un conflicto, una discusión, una pelea, no es otra cosa que la manifestación de que hay necesidades que no se están satisfechas. Es como esa última gota que hace que todo explote, cuando algo pequeño se convierte en una gran tensión, como la punta del iceberg. Es que hay alguna necesidad por alguna de las partes que no se cubre… y entonces surge una frustración o una decepción o una tristeza. Y entonces es cuando llega esa palabra desafortunada o esa mirada sin amor que enciende la mecha de la discusión. Y entonces el problema no es que uno no ha recogido la pasta de dientes, sino que el otro no se siente escuchado.
Lo que no ayuda
Cuando llegan las discusiones lo más difícil es pensar en frío y actuar desde la razón. Nos pasa a todos, porque reaccionamos a la defensiva e intentamos salir del paso de la mejor manera posible. Lo normal entonces es que, de un sentimiento de decepción o de tristeza, surja la reacción. Y entonces es cuando lo que hacemos no ayuda a canalizar la discusión de forma correcta. Por ejemplo no ayuda levantar la voz, cortar la conversación, usar un sarcasmo, no escuchar, y mucho menos utilizar la ironía, el reproche o sacar temas del pasado que no tienen nada que ver con lo que está pasando ahora. Son reacciones normales que usamos todos para protegernos, pero son formas que nos terminan alejando más que acercando.
Tampoco ayuda dar portazos emocionales: cortar la conversación de golpe, decir “ya está” cuando claramente no lo está, o alejarnos sin explicar lo que sentimos. Y, mucho menos, usar el silencio como castigo. A veces creemos que callarnos es evitar el conflicto, pero en realidad solo lo estamos dejando que se acumule. Ignorar al otro o minimizar lo que siente —con frases como “estás exagerando” o “eso no es para tanto”— también suele hacer más daño que bien.
Lo importante no es que te sientas culpable si alguna vez has hecho estas cosas. Todos las hacemos en algún momento, sobre todo cuando estamos cansados o frustrados. Lo importante es darte cuenta de lo que no funciona, para poder elegir mejor la próxima vez. Porque discutir no tiene por qué ser una batalla: puede ser un puente, si sabemos cómo cruzarlo.
Aprender a discutir
Quizás un primer consejo es justamente tener autocontrol, no dejarte llevar por la primera reacción natural. No digo no hablar y enterrar el problema, sino no reaccionar de manera descontrolada. Tener control sobre esa primera reacción te ayudará a no juzgar, no sobre reaccionar y empezar la conversación más desde la empatía que desde la defensa propia. De forma constructiva.
Llegados a este punto, hay una decisión clave: puedes seguir defendiendo tu postura como si fuera una batalla… o puedes bajar la guardia y tratar de construir un puente. Eso no significa rendirse ni dejar de lado lo que sientes, sino estar dispuesto a buscar un terreno común. Y para eso, hace falta entrenar ciertas actitudes que marcan la diferencia
Escucha de verdad. No interrumpas. No pienses en lo que vas a responder mientras el otro habla. Solo escucha. Mira a tu pareja a los ojos, hazle sentir que lo que está diciendo te importa, aunque no estés de acuerdo con todo.
Valida lo que ha dicho. No se trata de darle la razón, sino de reconocer cómo se siente: “entiendo que para ti esto fue doloroso”, o “veo que esto te hizo sentir de esta forma”. Esa pequeña frase puede cambiar toda la conversación.
Habla también desde ti, no desde el reproche. En lugar de “es que tú nunca me entiendes”, prueba con “yo me siento solo cuando no hablamos de esto”.
Evita generalizar. Intenta no usar palabras como “siempre”, “nunca”, “todo”, “nada”. Estas palabras no dejan hueco a las veces que el otro no hace las cosas te molestan. Hay que potenciar lo que el otro hace bien, no lo que hace mal.
Busca soluciones, no culpables. Porque una pareja no son dos enemigos en lados opuestos, sino dos personas intentando reencontrarse en medio del conflicto. Sois un equipo que quiere lo mejor para el equipo. No buscas salir ganando de manera individual.
Intenta describir los comportamientos, no las intenciones. Y es que muchas veces, en medio de un conflicto, caemos en la trampa de juzgar lo que el otro “quería” hacer. Decimos cosas como: “lo hiciste para fastidiarme” o “es que te da igual lo que yo sienta”. Pero esas frases parten de una intención que tú estás suponiendo, no de un hecho. Y ese juicio puede no coincidir con la realidad. En lugar de eso, trata de describir el comportamiento sin interpretar. Por ejemplo, no es lo mismo decir “no me avisaste porque no te importo” (intención) que decir “me sentí solo cuando no me avisaste de que ibas a llegar tarde” (comportamiento y emoción). En el primer caso estás acusando, en el segundo estás expresando cómo te afectó lo que ha pasado. La diferencia puede parecer pequeña, pero cambia por completo la forma en que el otro recibe el mensaje.
Cambiar la dinámica
Si actúas como he descrito en el apartado anterior verás cómo cambia la dinámica y la conversación se reconduce, se suaviza y el resultado ayuda a los dos a crecer. Si has reaccionado mal en un primer momento, intenta dejar la conversación para más adelante que estéis los dos más serenos. Incluso, puedes decirlo y adelantarte a pedir perdón: “Perdona, me he enfadado sin razón. Si te parece, intentamos hablarlo luego que ahora estoy cansado (o agobiado o caliente o enfadado)”.
Si este tipo de situaciones se salen de control de forma habitual y os cuesta salir de ese “bucle”; si las conversaciones con frecuencia terminan en conversaciones agresivas, salidas de tono o hirientes, a lo mejor es un buen momento para pedir ayuda: un coach de pareja o un matrimonio amigo (que no tome partido) os pueda ayudar a mejorar. Pensad que pedir ayuda no es rendirse, es querer hacerlo mejor. Piensa que tu mejor amigo tuviera ese problema y te pidiera ayuda para resolverlo. Te gustaría ayudarle a mejorar. Pues en este caso igual.
Siempre es un buen momento para mejorar
Las discusiones son habituales en las relaciones humanas. Son inevitables, porque son fruto de la convivencia, del aclimatamiento y de la complementariedad. Es más: no solo son inevitables, sino que son la gran oportunidad que tenemos para seguir creciendo para ser mejores personas y para ser mejor equipo.
Y es que las buenas parejas no son las que no discuten, sino las que aprenden a reconciliarse y sacan el máximo partido a las discusiones para seguir creciendo juntos. A veces pueden hacerlo solas, y a veces necesitarán consejo amigo, acompañamiento, coaching o terapia.
***
Y es que la aventura de la vida en pareja no termina nunca. Siempre puede mejorar. ¿Y tú? ¿qué podrías hacer hoy tú para acercarte a tu pareja después de un conflicto para mejorar? ¿Qué os hace discutir? ¿Cómo soléis reaccionar? ¿En qué podéis mejorar?
Fernando Poveda
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